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Esa mezcla de miedo y adrenalina que se siente cada vez que se encuentra a un nuevo amor. 
Ese temor constante a sufrir, la vulnerabilidad que provoca abrirse, exponer cada virtud y cada defecto, mostrar cada punto débil, dar lugar al otro a destruirnos en segundos, pero aún así confiar (¿ciegamente?) en que el otro no va a hacerlo. 
Pensar, ilusionarse, irse a la cama imaginando cada escenario perfecto. En cada situación cotidiana, en cada evento de nuestras vidas, quererlo ahí. Permitirnos necesitar a esa persona, y lentamente hacernos incondicionales para él o ella.

En estos momentos, me siento como si manejara a toda velocidad hacia una pared enorme. La adrenalina y el viento en la cara me llenan, me hacen sentir viva, y aunque sé que inevitablemente todo se va a ir al carajo, quiero ese golpe. Vale la pena, lo sé.

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